jueves, 12 de febrero de 2009

Un encuentro

-¿Viaja sola? -fue lo que, luego de que yo le pidiera que repita la pregunta, por fin llegué a entender. Tal vez no hablaba tan bajito (o sí), pero tenía un acento de una provincia que yo desconocía o me era difícil distinguir al menos.
-Sí. Vos también, ¿no?
-Sí... -sonrió tímida. -¿Y cómo es cuando se mueve?
Otra vez, me costaba entenderle. O le entendí, pero no creí que me estuviera preguntando eso. Tendría unos veintipocos años, era morocha, usaba anteojos y cola de caballo y de alguna manera me recordaba a mí misma unos diez años atrás. Es más, eso fue lo primero que pensé cuando la crucé minutos antes en la entrada a la sala de espera de embarque. Ahora, casualmente, me habia sentado cansada por la demora de la salida justamente al lado de "mi hermanita".
-¿Y cómo es cuando se mueve?
-... ¿el... barco?
-Sí.
-Casi ni lo vas a notar. Es un barco grande.
-Pero... se mueve...
-Sí, claro, pero no tanto, salvo que haya una tormenta o algo así. Si no, hasta te diría que es aburrido. No pasa nada.
-¿Y hasta dónde va?
-Hasta Montevideo. ¿Vos?
-A Colonia. ¿Qué, llega hasta ahí el barco?
-No, termina en Colonia. Todos bajamos en Colonia, y ahí algunos pasamos a micros para distintos lugares de Uruguay. ¿Te esperan tus amigos en Colonia, tu familia...?
-No. De ahí voy a Punta del Este, en micro, y ahí me espera mi patrona.
En ese momento me acordé de un objeto de los '70 u '80. Una especie de telescopio en miniatura, de plástico celeste en cuyo fondo se ponía una foto pequeñita que se veía enorme al mirar a través de él. Se usaba en los lugares de veraneo, por lo general para regalar como souvenir a alguien cuando uno volvía a casa. Teníamos uno cuando era chiquita en el que se veía a la abuela con el mar hasta las rodillas. Era de Punta del Este, la vez que la abuela, por aquel entonces una santiagueña de veintitantos años, conoció el mar cuando la familia para la que trabajaba como mucama la llevó con ellos. Era gente bien, de esos que veranean con personal doméstico y todo. Y ahí también me acordé de que la familia de la abuela, esos que la habian conocido joven, siempre me decían lo parecida que era a "la ñata".
Entonces se me ocurrió que a lo mejor la teoría de los tiempos paralelos de algunos filósofos podía no ser tan descabellada después de todo. Casi con certeza, pero también con miedo, le miré las manos. Efectivamente, llevaba varios anillos. Le miré el cuello y ahí estaban sus dos cadenas, una con un crucifijo y otra con una virgen de no sé dónde. Le sonreí:
-Qué lindo. Vas a conocer el mar -y me levanté, me puse la mochila al hombro y me fui a hacer la cola para embarcar, sin saber bien por qué pero por las dudas.

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