lunes, 8 de septiembre de 2008

Cuento con tías

Todo era una gran equivocación. Estaba segura, era eso, tenía que ser eso y en cualquier momento aparecería alguien o algo diciendo que era un error, persona o señal, no importaba, pero eso no debía estar pasando. Por empezar esa mujer era un error, no podía ser ella, no así tan de blanco, tan tranquila, tan cara de paz, ella que no conocía la paz ni de los domingos ni de la vejez. No, no era ella. Pero bueno, de qué asombrarse si hacía rato que no era ella después de todo, que venía siendo tan no ella desde esos olvidos, desde esa tristeza y ese cansancio que se le habían instalado, justo a ella que despreciaba la tristeza y el cansancio casi tanto como los chismes de barrio, como a las comadres de barrio, o como a las viejas que se la pasaban en la iglesia. Porque no me gusta la gente vieja, había dicho. Ah, mirá qué bien, ¿y vos qué te pensás que sos, joven?. Y claro que lo pensaba, y claro que lo era, si siempre lo fue, cuando jugaba a esconder las cosas o cuando se peleaba con los nenes de 3 años (primero sobrinos, después nietos, luego bisnietos, qué más da si la pelea era siempre la misma) hasta hacerlos llorar. Pero ahora no, ahora parecía una señora, seria y todo, tan en paz en esa cara, en esas manos cruzadas, y es cierto que ya no parecía joven. Habia envejecido de golpe. Fue cuando la tristeza y el cansancio. Sí, fue cuando eso, porque lo de los olvidos a todos les puede pasar, y al principio hasta creí que era otra de sus bromas, hacerse la que se olvidaba de las cosas, si había sido uno de sus chistes habituales. Pero últimamente venía siendo distinto. La cara. La cara era distinta, la cara había cambiado. Se olvidaba y la cara ya no delataba picardía como antes sino desconcierto y seriedad, y ya no respondía con entusiasmo a mis puteadas como antes, cuando competíamos a ver quién de las dos sabía decir más guarangadas, quién puteaba más a la otra. Ahí empezó a cambiar.
Creo que fue desde que empezó con las bromas macabras. Como la de aparecerse a las 3 de la mañana a golpear las manos en la casa del primo para preguntar por la abuela muerta hacía más de 40 años, para preguntar si estaba ahí esa abuela que nunca se habia movido de la provincia, pero que en su afiebrada mente estaba en su casa de visita. O la otra, la de confundir al sobrino con el hermano muerto cuando eran jóvenes. Un día me lo contó y creo que fue esa vez que intuí que ya no era ella, que todo era un error que llevaría a este otro error, cuando me dijo que se puso tan triste porque pensó que era su hermano y no era, y que ella pensaba siempre en el hermano que era tan joven cuando murió y que le agarraba tanta tristeza, porque estaba tan sola, porque la vida era tan triste, sin madre, sin hermano, con tantos muertos a los ochentipico...
Error. Equivocación. Decírselo. Sí. Pero no, porque está ahí recostada, tan seria, tan señora, tan en paz que no da decirle eso que estamos pensando, que todos pensamos y algunos dijimos viendo su metro cincuenta y la medida de ese cajón estándar, Vieja, te queda grande la pilcha, y empezar a reírnos bajito no sea cosa que la familia más lejana se ofenda o vaya a creernos unos desalmados que no respetan ni a sus muertos. Y hay que aguantarse y ahogar las risas, y juntar mocos y sollozos otra vez, porque vemos que no es ella, que no puede ser esa mujer de ahí, porque no llega nadie ni nada a decirnos lo de la equivocación. Pero de pronto ocurre, y es ella la que no se aguanta y se ríe ahora. Porque resulta que ahí la vemos y de pronto es otra vez ella, vemos que se estuvo aguantando todo el tiempo pero no da más y se ríe, tan ella, Boludos, diciendo, mirá cómo lloran esos boludos, si serán giles para llorar así, flor de pelotudos llorando, miralos, si serán boludos, miralos, cómo lloran, cómo están llorando esos pelotudos.

3 comentarios:

Mil Estrellas AZULES dijo...

Era una grande la vieja! Lo primero que asomaba al verlos, era la sorpresa de quienes no participabamos de los códigos de la familia; después, quedaba reirse. Porque eso no era pelea: era como la mirada desafiante del convite a una payada, era el cariño complice enmascarado en un cruce de palabras.

Lilainblue dijo...

Y sí que era una grande (pese al metro y medio). Y sí que extraño eso (aunque te parezca mentira, ninguno de los que quedamos está a su altura en esas lides). Y sí que la extraño, siempre (al menos escribir esto fue como contar cómo pudo haber sido, cómo le hubiera gustado a ella que fuera, mejor dicho).

Unknown dijo...

doblemente bueno ,cuando termine de leer y dispuse a dejar uncomentario habia pensado algo, que no viene al caso , que era distinto , despues de leer los comentarios volvi al texto , ya con la informacion de que no era una ficción y lo disfrute desde otro lugar , gracias por abrirte a compartir algo tan sentido y expresarlo de manera tan bella